Al salir del cine: LAS LLANURAS DEL ESPÍRITU (Agosto)
César Bardés [colaborador].-
En medio de la llanura, donde no hay ondulaciones del terreno, donde el horizonte se pierde en un ensueño plano, es el lugar donde los sentimientos más ocultos salen a relucir. Y el más doloroso de todos ellos es el fracaso, la seguridad de que el amor ha acabado por rebelarse y convertirse en crueldad porque siempre se tiene la sensación de que no se ha amado lo suficiente, de que ha llegado desnaturalizado, descreído, desdeñoso. Es lo que tienen las llanuras, que se puede ver demasiado.
Y así el cansancio en el ánimo comienza a ser algo tangible que coquetea peligrosamente con la rendición. Nada de lo que se ha soñado se ha cumplido. Nada de lo que se ha cumplido se ha soñado. El desequilibrio es la única salida para aguantar un buen puñado de secretos que parecían rocas que se desmenuzaban en la moral. El amor puede llevar al odio. El amor es cruel. El amor es el preludio de la soledad.
Se intuyen los interiores de cuatro mujeres que han perdido el rumbo porque siempre han escogido los atajos más cortos. Sin embargo, una de ellas, es la única que se atreve a decir la verdad porque no tiene otra cosa que ofrecer. El cariño se quedó olvidado en alguna esquina azotada por el viento y el espíritu se ennegreció como la noche oscura que hunde los valores en el fango y siembra la permanente inquietud. Son demasiadas sensaciones agolpadas alrededor de la tristeza, son demasiados silencios que luchan por hablar. Es verano y el sudor empaña la visión aunque, tal vez, solo tal vez, puedan ser las lágrimas.
Una última reunión para que los extraños invadan, para que los tímidos se lancen, para que la felicidad vuelva a huir. Al fin y al cabo, nadie se va a despedir de ella porque todos están demasiado acostumbrados a la desgracia, a mirar hacia el lado equivocado y no apreciar lo que se posee. Una llanura. Un gesto contenido que solo pide ternura en un grito ahogado y agonizante. El recuerdo se diluye. Ni siquiera eso merece la pena.
Mucho se ha dicho sobre el pretendido duelo entre dos actrices de la talla de Meryl Streep y Julia Roberts. Y no hay nada de eso. Meryl Streep quizá es la más grande actriz viva y eso es muy difícil de vencer y Julia Roberts queda empequeñecida, sin demasiados recursos ante ese torrente de fuerza y sentimientos que despliega su oponente. Ella gana y los demás pierden si vamos a la comparación, aunque el reparto, en general, brilla a buena altura.
Lo demás son una sucesión de diálogos dolorosos, que hieren el corazón de una familia que hace mucho tiempo que dejó de serlo y que se prodiga en primeros planos bajo la dirección de John Wells. Todos tienen su momento de lucimiento porque es como subir al escenario y estar al lado de estos seres atormentados que buscan no morir en vida y no revolcarse en sus suciedades aunque les chorreen por los costados. Nada es tan bueno como el amor y, no obstante, ninguno de ellos ha sabido amar.
Las arrugas se empeñan en ahondar en la piel cuando nada ha sido como se ha imaginado. Allí, en lo alto, la madre y un par de peldaños más abajo, la hija fuerte, la hija débil y la hija atolondrada. Todas tienen algo en común en la llanura de su espíritu y es la frustración más desoladora. Ninguna ha querido como debía. Ninguna ha sido querida como debía. Y no se puede negar que, bajo esa capa de piel que se han construido, hecha de cicatrices y durezas, laten corazones de mujeres con ansia, con deseo, con días de viento refrescante porque quieren romper los lazos con un pasado que no les deja respirar. La solución para la falta de amor es encontrar unos brazos que sean acogedores y que se conviertan en el mejor rincón de la Tierra. Solo así se podrá encontrar la paz necesaria para que el espíritu quede dominado bajo lo único que tiene capacidad para ser lo más importante. Eso es el amor.
En medio de la llanura, donde no hay ondulaciones del terreno, donde el horizonte se pierde en un ensueño plano, es el lugar donde los sentimientos más ocultos salen a relucir. Y el más doloroso de todos ellos es el fracaso, la seguridad de que el amor ha acabado por rebelarse y convertirse en crueldad porque siempre se tiene la sensación de que no se ha amado lo suficiente, de que ha llegado desnaturalizado, descreído, desdeñoso. Es lo que tienen las llanuras, que se puede ver demasiado.
Y así el cansancio en el ánimo comienza a ser algo tangible que coquetea peligrosamente con la rendición. Nada de lo que se ha soñado se ha cumplido. Nada de lo que se ha cumplido se ha soñado. El desequilibrio es la única salida para aguantar un buen puñado de secretos que parecían rocas que se desmenuzaban en la moral. El amor puede llevar al odio. El amor es cruel. El amor es el preludio de la soledad.
Se intuyen los interiores de cuatro mujeres que han perdido el rumbo porque siempre han escogido los atajos más cortos. Sin embargo, una de ellas, es la única que se atreve a decir la verdad porque no tiene otra cosa que ofrecer. El cariño se quedó olvidado en alguna esquina azotada por el viento y el espíritu se ennegreció como la noche oscura que hunde los valores en el fango y siembra la permanente inquietud. Son demasiadas sensaciones agolpadas alrededor de la tristeza, son demasiados silencios que luchan por hablar. Es verano y el sudor empaña la visión aunque, tal vez, solo tal vez, puedan ser las lágrimas.
Una última reunión para que los extraños invadan, para que los tímidos se lancen, para que la felicidad vuelva a huir. Al fin y al cabo, nadie se va a despedir de ella porque todos están demasiado acostumbrados a la desgracia, a mirar hacia el lado equivocado y no apreciar lo que se posee. Una llanura. Un gesto contenido que solo pide ternura en un grito ahogado y agonizante. El recuerdo se diluye. Ni siquiera eso merece la pena.
Mucho se ha dicho sobre el pretendido duelo entre dos actrices de la talla de Meryl Streep y Julia Roberts. Y no hay nada de eso. Meryl Streep quizá es la más grande actriz viva y eso es muy difícil de vencer y Julia Roberts queda empequeñecida, sin demasiados recursos ante ese torrente de fuerza y sentimientos que despliega su oponente. Ella gana y los demás pierden si vamos a la comparación, aunque el reparto, en general, brilla a buena altura.
Lo demás son una sucesión de diálogos dolorosos, que hieren el corazón de una familia que hace mucho tiempo que dejó de serlo y que se prodiga en primeros planos bajo la dirección de John Wells. Todos tienen su momento de lucimiento porque es como subir al escenario y estar al lado de estos seres atormentados que buscan no morir en vida y no revolcarse en sus suciedades aunque les chorreen por los costados. Nada es tan bueno como el amor y, no obstante, ninguno de ellos ha sabido amar.
Las arrugas se empeñan en ahondar en la piel cuando nada ha sido como se ha imaginado. Allí, en lo alto, la madre y un par de peldaños más abajo, la hija fuerte, la hija débil y la hija atolondrada. Todas tienen algo en común en la llanura de su espíritu y es la frustración más desoladora. Ninguna ha querido como debía. Ninguna ha sido querida como debía. Y no se puede negar que, bajo esa capa de piel que se han construido, hecha de cicatrices y durezas, laten corazones de mujeres con ansia, con deseo, con días de viento refrescante porque quieren romper los lazos con un pasado que no les deja respirar. La solución para la falta de amor es encontrar unos brazos que sean acogedores y que se conviertan en el mejor rincón de la Tierra. Solo así se podrá encontrar la paz necesaria para que el espíritu quede dominado bajo lo único que tiene capacidad para ser lo más importante. Eso es el amor.
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