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Mis fantasmas


Félix Arbolí [colaboraciones].-

Llegaron las lluvias, como en la famosa película de los míticos Mirna Loy y Tyrone Power, aparecen los rayos y ruge la tormenta. Los árboles han perdido sus hojas y el cielo sus azulados colores y luminoso sol. Los rigores veraniegos se han ido a otros lugares y las visiones playeras con las espléndidas anatomías casi en el límite de su desnudez, han desaparecido de nuestro entorno. Hemos regresado a la monotonía habitual y a una realidad que no nos gusta y atosiga.

Como decía Heráclito, el famoso filósofo, todo cambia “panta rei”. Nada permanece igual en nuestras vidas, aunque lo parezca. Este texto, cuando sea leído será el futuro del hoy presente, que ya pertenecerá al pasado.

Vivimos cada momento sin darle importancia y no nos damos cuenta que a lo peor estamos apurando los últimos instantes o dejando pasar esa magnífica oportunidad que tanto deseábamos. Nada hay tan valioso y poco valorado como el tiempo.     

Dicen que la edad proporciona experiencia y sabiduría y yo pregunto, ¿de qué me sirven ambas cualidades, si no tengo juventud, apenas me quedan sueños e ilusiones y me falta tiempo para poder recuperar lo que he dejado olvidado en el camino? Hay muchas cosas que echo en falta y todo se me hace cuesta arriba cuando quiero alcanzar lo que ayer dejaba atrás sin apenas esforzarme.

Siento el paso de los años no solo por su carga de emociones y desgaste físico, sino por las ausencias de tantos seres queridos y amigos que ayer formaron parte importante de mi vida y ocuparon espacios muy relevantes en mis sentimientos.

TRISTEZA Y NOSTALGIA

Me abruma saber que ya no volveré a verlos y me duele no poderle decir lo mucho que han significado para mí. Siento no habérselo confesado cuando pude hacerlo y los tenía a mi lado.

Todo es triste y nostálgico cuando se llega a una edad en que se ve la muerte como algo  lógico y normal. Me obsesiona la dicotomía: eternidad o nada y no sé cuál de las dos me atormenta más. Pienso dónde estarán mis padres, hermanos y demás seres queridos que me han precedido en esa ida sin retorno.

¿Estaban equivocados nuestros antepasados, desde los tiempos más remotos, al creer que después de la vida había algo o tienen razón los que niegan toda continuidad más allá de la muerte? ¿Dónde se halla la verdad? No tengo prisa en resolver este enigma.

Creo que no es bueno mantenerse al margen en estas cuestiones. Yo al menos necesito una dosis de reflexión, regreso al pasado y cambio de orientación en mi manera de hacer y pensar, según me van las cosas y oteo el panorama que se me presenta, aunque ya apenas me quede margen para nuevas experiencias.

VIVIR CADA MOMENTO

Hay que vivir cada momento intensamente, pues nunca sabemos si será el último.  Recuerdo que en mi último viaje a Chiclana, fue a recibirme a la estación de San Fernando mi hermano Jose Luis, el único que me quedaba vivo de los cuatro que tenía, Tomamos café y charlamos brevemente.

Cuando me despedí, ya camino del coche que me iba a llevar a mi destino, regresé adonde él se hallaba con su mujer, mi cuñada Lola, y sin decirle nada, lo abracé de nuevo y le di dos besos. Tuve en ese momento la triste intuición de que era la última vez que íbamos a vernos. Lo terrible es  que fue cierto. Murió al poco tiempo, estando yo de nuevo en Madrid, tras una dura enfermedad, que ya parecía haber superado.

No sé qué misteriosa fuerza me impulsó a esa nueva despedida, pero sentí un extraño presentimiento que me hizo acercarme nuevamente a él y fundirme en un prolongado abrazo que presagiaba era el último que nos dábamos. De haberlo sabido con certeza no hubiera habido fuerza humana capaz de separarme de esa parte tan entrañable de mi propia vida.

Con cada una de estas desapariciones me he sentido más vulnerable y me he dado cuenta de que soy el único superviviente de una familia numerosa que ya solo permanece en el recuerdo de unos pocos. Conmigo se cierra el ciclo. ¿Qué pinto yo en un mundo de fantasmas? No hay tragedia en lo expuesto, a lo sumo una triste y doliente realidad.
           

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