EDITORIAL DICIEMBRE 2015

El lobo Román se comió a Caperucita Rodríguez.-

Érase una vez, una ciudad del sur de España, en Andalucía. En ella moraban gentes de distintas raleas. Había un rey que tenía abandonado al pueblo, al que sometía a su antojo y al que sangraba cada año con más impuestos, sin que éstos repercutieran en  su bienestar.

El regente estaba acostumbrado a hacer su voluntad, y así lo llevó a cabo durante mucho tiempo. Cuando perdió el trono por la unión de todos sus adversarios, maquinó día y noche para recuperarlo.

No tardó mucho, pues logró con sus artimañas que dos de sus rivales vendieran al rey con el que estaban para irse con él. Dos años y medio después volvió a perder su reino. Durante cuatro años fue minando mes tras mes al nuevo rey, apoyado por uno de los grupos que vendieron al monarca y se echaron en sus brazos.

Este trabajo dio sus frutos  y de nuevo el rey que usaba malas artes, recuperó el cetro. Pero necesitaba un aliado y se acordó del que le había ayudado dos veces. Llegaron a un acuerdo, según el cual, el rey llevaría a cabo diez medidas beneficiosas para el pueblo, a cambio de darle su apoyo en la investidura.

El regente subió al trono con el apoyo citado y se olvidó de las promesas hechas a sus aliados, que vieron como eran ninguneados por el monarca. El pueblo no entendía cómo se fiaban del rey, ya que sabían cómo era y a pesar de ello, le ayudaron a recuperar la corona.

Meses después comprobaron que ese lobo con piel de cordero, se había quitado el disfraz. Ya tenía lo que quería. Ya no los necesitaba. Esto causó el enfado de los ilusos aliados, que amenazaron con romper el pacto, criticando su actitud dictatorial.

¿Seguirán apoyando al rey o se conjurarán con los demás para derrocarlo? ¿Entrarán a formar parte del reino en el nuevo año? Estas incógnitas se resolverán en breve, mientras tanto, el lobo se comió, por confiada, a Caperucita. Y no es un cuento.