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Las rejas de nuestras vidas


Félix Arbolí [colaboraciones].-

 Aunque por fortuna no he tenido que experimentarlo, cuando uno se ve con el agua al cuello y sin posible salvaciĂłn, se agarra a un clavo ardiendo sin tener en cuenta las consecuencias de su desesperada decisiĂłn. Si sus hijos pasan hambre, entiendo que un padre sea capaz de hacer lo inimaginable, hasta arriesgar su propia vida, por tal de ofrecerles algo de comer.

Me horroriza esa situaciĂłn, pues ignoro cuál serĂ­a mi reacciĂłn. Y no me salgan con plegarias y resignaciones, ya que el hambre solo se aplaca con algo sĂłlido y caliente y no lanzando preces al cielo. Los que comemos todos los dĂ­as y disponemos de una casa donde vivir y dormir sin tener como gĂ©lidos testigos a las estrellas, deberĂ­amos preocuparnos de los que carecen de estas “riquezas”.
Una injusticia debida a la ineptitud y codicia de unos polĂ­ticos sin escrĂşpulos y chorizos “pata negra”, que  nos han despojado de nuestra dignidad y han ultrajado nuestros derechos.  Los que ayer tenĂ­an un trabajo, hoy mendigan una ocupaciĂłn, sea la que sea, con la que llevar algo a su familia y solo reciben negativas y excusas pues los que se la han de ofrecer, tampoco tienen segura la suya. 

Hemos perdido la fe en el hombre gracias a estos descerebrados que hoy nos dominan y nos engañan con promesas incumplidas y pactos donde solo priman el egoísmo y los intereses personales.

VIVIMOS ENTRE REJAS

Terminaremos por endurecer nuestras conciencias y hacernos a la idea que cada uno es dueño de su propio destino y de todo cuanto se le ponga delante, sin tener en cuenta su licitud y los derechos de propiedad. Nadie cree ya en promesas que nadie cumple y hasta resultan “ofensivas” en un mundo que ya se olvidĂł de los milagros.


Vivimos entre rejas. Algunos las ven delante y otros las tienen detrás. Es como si nuestra vida fuera un gueto del que nadie escapa. Nadie puede asistir impotente e insensible a ese tremendo espectáculo de cuerpos humanos rajados por afiladas cuchillas y jirones de ropa ensangrentados colgados de alambradas, como desgarrador testimonio de una dura y mortífera lucha de los que intentan aplacar su hambre y recuperar su dignidad de seres humanos.

Estas rejas les ofrecen dos opciones, no escalarlas y seguir padeciendo una lenta y agĂłnica muerte o intentar hacerlo aunque ello pueda suponerles morir en el intento. AsĂ­ de tremendo y de sencillo.

No soy partidario de la inmigración incontrolada, pero tampoco de tratar de impedir sin contemplaciones a los desesperados por tantas calamidades, que arriesgan lo único que les queda, su vida, por llegar a un mundo mejor que el que les ha tocado en un reparto tan injusto. No tienen culpa de ser los desheredados de la Tierra a quienes para calmarlos han prometido la gloria, después de pasar toda una vida en el infierno.

TESTIGOS DE AMORES


SĂ© que Alá, su Dios, es justo y misericordioso, segĂşn afirman, como JesĂşs, para los cristianos, pero de nada servirán las oraciones si cuando se acercan los recibimos sin sentimientos humanitarios, como si fueran  vulgares delincuentes. Los máximos responsables sus propios jefes, caciques y dictadores que invocan a su Dios, pero no cumplen sus mandatos.

Creo que hay procedimientos más humanizados y efectivos para defender nuestras fronteras y dada la situación nada boyante que atravesamos, es lógico que no podamos soportar esta constante avalancha que vienen a exigirnos lo que no podemos ofrecer a nuestros propios hijos.

Tampoco nos gusta que su llegada masiva e incontrolada signifique hacernos cambiar las creencias, costumbres y maneras de vivir. Son ellos los que deben adaptarse a las nuestras.  

Me gustan las rejas, pero no las que aĂ­slan y discriminan, sino las que lucen los balcones y ventanas de mi tierra gaditana desde pasadas centurias y que tan celosamente han sido conservadas. Rejas testigos de amores, requiebros, rencillas y reconciliaciones de enamorados, de llantos y amarguras y de simple e indiscreto cotilleo. Sin olvidar su colorida filigrana de flores y aromas. 




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