El “moño” de la Bernarda
Félix Arbolí [colaboraciones].-
Vivimos una etapa rara de nuestra historia. Y no precisamente de las que se escriben en las páginas de oro coronadas por un laurel. La vida de nuestra España, tan querida por unos, como agraviada por otros, no ha sido nada fácil. Tuvo su época de esplendor, cuando el descubrimiento del Nuevo Mundo y en nuestros dominios no se ponía el sol, y sus épocas amargas y duras cuando nos vimos envueltos en guerras, episodios y tragedias porque nos odiaban, tanto como nos temían.
Recuérdese la fama de nuestros Tercios de Flandes, que eran invocados para que los niños de algunos países europeos, dejaran de dar la coña a la hora de dormir. Hoy nos la dan ellos a nosotros, aunque algunos no lleguen ni a los límites de una simple provincia española. ¡Hay países que son como reinos de cuentos por sus limitados contornos y hay que ver la importancia y los humos que se dan!
En el terreno interno, padecemos idénticas vicisitudes. Tras ocho siglos de dura y sangrienta Reconquista logramos echar a los musulmanes invasores de nuestras ciudades y forjar la unidad de España, y cuando lo logramos y no encontramos enemigos contra quien luchar de fronteras para afuera, nos enzarzamos en guerras fratricidas tan salvajes como crueles por absurdas y desfasadas ideologías y distinta manera de ir por la vida.
El español, con su flema, fama de apático y acreditada resignación ante la tragedia, cuando se le ajuma el pescao se convierte en una fiera indomable e insaciable que es capaz de las más crueles represalias y barbaridades.

EGÓLATRAS E INSENSATOS
Llevamos un tiempo, un tanto excesivo a mi parecer, de escándalos, choteos políticos, indiferencia ante los duros problemas que sufrimos y trifulcas parlamentarias por ocupar el sillón de los prodigios. Tenemos unos políticos más pendientes de su triunfo personal, que de solucionar nuestros problemas y recuperar la dignidad y sensatez de ofrecer una solución a la triste y denigrante realidad que vivimos.
No quieren darse cuenta que mientras no cambien las cabezas y listas de los principales partidos, no saldremos de este desgobierno en que nos hallamos y seguiremos votando inútilmente. No digo en estas nuevas y terceras elecciones que están a la vuelta de la esquina, sino en las que se celebren cuando mis nietos tengan nietos.
Todo ello si al final no se cansa el españolito y se convierte en un huracán que ponga a tantos ególatras e insensatos fuera de la vida política española para el resto de sus días. Que hombres honestos, con afán de servicio a la comunidad y una reconocida dignidad, tenemos de sobra para sustituir a estas gastadas cartas de la baraja, que no son capaces de obtener unas simples parejas. ¡Ya está bien señores, que llevamos diez meses sin gobierno y lo que es peor, sin esperanza de obtenerlo!
No hay pueblo más difícil que el nuestro. Hubo un político, no de los de ahora, que solo dicen chorradas, que aseguraba que el español era el ser más difícil de gobernar y contentar, porque cada uno de ellos cree que él arreglaría los problemas y nos ofrecería un mundo mejor que el gobernante de turno. Nos creemos líderes en la manera de llevar el cotarro gubernamental.

QUE SE VAYAN LOS CUATRO CABEZAS DE LISTA
Me da pánico pensar en qué va a terminar este desgobierno -y nunca mejor expresado-, que padecemos, sin que blancos, rojos, azules, verdes o amarillos estén dispuestos a enterrar sus diferencias y rencillas y dedicarse a lo que verdaderamente interesa: sacar a España de esta angustiosa situación. Echar a un lado los caudillajes, que no se han ganado ninguno y renunciar a su vanidad personal, por el bien común.
La solución más eficaz, y no hay otra fórmula, es que los cabezas de listas cedan sus puestos a hombres de su partido, que no estén contaminados bajo ningún concepto. De esta forma los votos subirían y habría más claros ganadores. Rajoy sobra para que el PP pueda recuperar su credibilidad; Sánchez, tiene que olvidarse de ganar el sillón de la Moncloa, no gracias a los votos del pueblo, sino a sus trapicheos y pactos con formaciones que nada tienen que ver con el ideal y las normas de su partido.
Rivera es la voz que predica en el desierto y ya ni las rocas le oyen y Pablo Iglesias, se empeña en erigirse en centro de este carrusel político y no le preocupa quien pueda ser su compañero de aventuras.

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