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Voces de Zululand: una historia entre la enseñanza y la vida (II)

Experiencias de un profesor chiclanero en un instituto de Secundaria zulú en Sudáfrica. Cuando decir “ no significa comprender.-

Uno de los momentos más reveladores de mi experiencia en Qhakaza fue darme cuenta de que no siempre podemos confiar en la respuesta colectiva de “”, cuando preguntamos si se ha entendido una explicación. Al principio, como es habitual en muchas aulas, preguntaba al grupo: “¿Comprendéis?”, y todos respondían afirmativamente. Sin embargo, observaba que esta misma dinámica se repetía con otros compañeros de trabajo, y empecé a sospechar que esa respuesta no reflejaba la comprensión real del alumnado.

Para comprobarlo, recurrí a una técnica que ya utilizaba en Inglaterra: el cold calling, es decir, preguntar de forma individual y aleatoria. Fue entonces cuando confirmé que varios alumnos no habían comprendido lo que acababa de explicar. Aquello me hizo reflexionar: no podía dar por hecho que el aprendizaje estaba ocurriendo, solo porque los estudiantes lo afirmaran en grupo, como veía que ocurría con otros compañeros. Había que ir más allá.

En el Reino Unido solemos usar pizarras blancas pequeñas con rotuladores, para obtener una visión rápida y visual del nivel de comprensión de toda la clase. Pero en Qhakaza no había ni pizarras, ni rotuladores, ni presupuesto para ello. Así que improvisé: utilicé papel que había traído conmigo y pedí a los alumnos que escribieran respuestas genéricas para las actividades. Luego, al hacer una pregunta, todos debían mostrar su hoja con la respuesta que consideraban correcta.

PAPEL EN VEZ DE PIZARRAS

Este pequeño ajuste me permitió detectar errores de forma inmediata y evitar que los estudiantes simplemente repitieran lo que decían los compañeros más académicos o respondieran “” por inercia. Lo más interesante fue observar cómo los estudiantes respondieron positivamente a esta nueva dinámica.

Al principio, algunos se mostraban tímidos al mostrar sus respuestas, pero poco a poco ganaron confianza y comenzaron a participar con más entusiasmo. Fue una solución sencilla, pero muy eficaz, que me ayudó a adaptar mis herramientas a un contexto con recursos limitados, sin renunciar a la calidad pedagógica.

PUENTES DE PALABRAS Y GOLES: CONEXIONES INESPERADAS EN QHAKAZA

Aunque mi rol principal era enseñar inglés como segunda lengua, no pude resistirme a compartir un poco de mi cultura. En mis horas libres, los niños se acercaban curiosos y me saludaban con un simpático “¡Hola, señor!”. A veces, algún profesor me invitaba a su clase, y los alumnos me miraban con una mezcla de sorpresa y entusiasmo. Les enseñé algunas palabras en español, y ver sus sonrisas al repetirlas fue uno de los momentos más entrañables de mi estancia.

Este pequeño intercambio lingüístico me recordó que el idioma no solo es una herramienta de comunicación, sino también un puente cultural. A través de él, se despiertan la curiosidad, la empatía y la conexión entre personas de mundos distintos. Para muchos de esos estudiantes, el español era algo completamente nuevo y, sin embargo, lo acogían con una naturalidad y una alegría que me conmovían profundamente.

PASIÓN POR EL REAL MADRID

Esa misma conexión cultural se reflejó, de forma inesperada, en mi relación con el director de Qhakaza. En una de nuestras muchas conversaciones sobre educación, me confesó con entusiasmo que era un gran aficionado de “los blancos”, como él los llamaba, refiriéndose al Real Madrid. Lo curioso es que no solo conocía al equipo: ¡se sabía toda la historia del club! Hablaba con pasión de jugadores como Raúl y Cristiano Ronaldo, y revivía con detalle la emoción de la décima Champions y todas las que vinieron después.

A partir de ese momento, el fútbol se convirtió en un tema recurrente en nuestras charlas. Saber que compartíamos esa afición creó un vínculo inesperado y muy especial. Incluso, en una ocasión, apareció en la escuela vestido con la camiseta oficial del Real Madrid. Fue un gesto sencillo, pero cargado de significado: una muestra de cómo el deporte, al igual que el idioma, puede unir culturas y romper barreras, incluso en los lugares más inesperados.

Estas experiencias me hicieron reflexionar sobre el poder de las pasiones compartidas. Ya sea a través de una palabra en español o de una conversación sobre fútbol, descubrí que siempre hay formas de acercarse al otro, de encontrar puntos en común y de construir puentes, incluso en contextos tan distintos como una escuela sudafricana y mi propia trayectoria como docente británico de origen gaditano.

PAISAJES, SONIDOS Y AROMAS: LA VIDA COTIDIANA EN QHAKAZA

El colegio se encontraba en una zona vulnerable, rodeado de casas humildes y con algunas calles sin pavimentar. En el camino diario desde la casa de nuestra familia de acogida, veíamos basura acumulada, puestos callejeros de comida, y en una ocasión, incluso un perro muerto que permaneció días al borde de la carretera.

Cerca del colegio estaban la Universidad de Zululand y la oficina central de taxis del township (municipio), custodiada por seguridad privada armada con rifles de asalto. Una vez presencié cómo un furgón recogía dinero escoltado por hombres con AK-47. Fue una imagen impactante.

En las aulas, el silencio era absoluto. Los alumnos temían la reacción de los profesores, ya que el castigo corporal aún se utiliza en Sudáfrica y en otros países del continente africano. Esta realidad nos resultaba profundamente incómoda tanto a mí como a mi compañera de proyecto, ya que es un modelo que condenamos y que, además, nos traía malos recuerdos: ambos lo habíamos vivido en nuestros primeros años como estudiantes en nuestros respectivos países.

RESPETO MUTUO, EMPATÍA Y CONFIANZA

Nuestra visión de la educación se basa en todo lo contrario al modelo punitivo. Creemos firmemente que las relaciones personales, son el vehículo más efectivo para mejorar el comportamiento de los estudiantes en el aula. En Sudáfrica apostamos por un enfoque que ya aplicábamos en Reino Unido, donde el respeto mutuo, la empatía y la confianza, sustituyen al miedo como base de la convivencia escolar.

En el patio, al principio, tampoco había ruido: no se permitía a los alumnos usar el espacio central. Tras hablar con la dirección, conseguimos que se les permitiera jugar al baloncesto. Aunque solo unos pocos podían jugar, el resto vivía cada partido como si fuera una final de la NBA.

Yo mismo me uní a los partidos, algo que sorprendió y entusiasmó a los alumnos. Para mí era natural: siempre he creído que construir buenas relaciones con el alumnado mejora enormemente el comportamiento en clase. Mi experiencia en Inglaterra me lo había demostrado, y si funcionaba allí, también funcionaría en Sudáfrica.

LA COMIDA, VENTANA A LA CULTURA LOCAL

Esa misma filosofía de cercanía y cuidado también se reflejaba en otros aspectos de la vida escolar, como la comida. Las comidas escolares eran sencillas: arroz, pasta y, ocasionalmente, pollo. Lo importante es que eran gratuitas, lo que incentivaba la asistencia. Las cocineras, siempre sonrientes, se sorprendieron al vernos acercarnos a charlar con ellas, pero pronto nos acogieron con simpatía.

Fuera del colegio, la alimentación también nos ofreció una ventana a la cultura local. En casa de la familia zulú que nos acogió, la comida era distinta: mucha carne de res, sorprendentemente barata, y casi nada de pescado, a pesar de la cercanía del mar. Según nos contaron, el pescado se percibe como “comida de pobres”, una creencia que refleja cómo la cultura y la economía influyen en la alimentación.

OTRAS REALIDADES DEL PAÍS

Más allá del entorno doméstico, nuestra familia de acogida quiso que conociéramos otras realidades del país, llevándonos un fin de semana a visitar el township donde habían nacido, bastante alejado del colegio en el que trabajábamos. Allí fuimos a un restaurante tradicional para probar el shisa nyama, una parrillada de carne muy popular entre la clase trabajadora.

El lugar era bastante humilde, frecuentado tanto por quienes iban a comer como por quienes solo querían tomar algo. La carne estaba deliciosa, y la comimos con las manos, sin cubiertos, como es costumbre. En el township no vimos a ninguna persona blanca, ya que durante el apartheid estas zonas estaban designadas exclusivamente para la población negra.

La gente que conocimos fue muy amable y acogedora. Sin embargo, descubrimos que no les gusta que personas no zulúes les tomen fotos. Aunque nuestra familia nos dijo que no había problema, decidí dejar de hacerlo al notar miradas incómodas e incluso algún gesto de desaprobación. Lo más sensato era respetar sus deseos.

MANUEL SALADO PIÑERO

(CONTINUARÁ)

 

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