El hombre de los cien pseudónimos

Primero fue el primero. Decidió que estaría bien escribir algo y poner el nombre de otro, de alguien inexistente hasta aquel momento en el que él le habia dado vida, un álter ego secreto, que sólo existiría a través de sus obras y que, precisamente por esa razón, quedaría envuelto, de cara a los demás, en un halo de misterio.
Luego pensó en crear distintos álter ego que respondieran a sus distintas personalidades, a sus distintas maneras de ver el mundo, de modo que cada uno sería, en esencia, único e individual.
"Como Pessoa", pensó.
Terminó creando cien.
Cien pseudónimos, cien personalidades, toda una cohorte de creaciones, de pensamientos que en ocasiones, como era inevitable, discutían entre sí.
Un día, sin embargo, decidió acabar con ellos.
Fue el día en el que comprendió que estaba multiplicando por cien las cargas propias de una vida, el día en que juzgó innecesario sufrir cien veces más de lo debido, el día en que asumió que le daba una pereza enorme vivir cien vidas a un mismo tiempo.
Se quedó sólo con su nombre original, que al fin y al cabo era el pseudónimo primigenio, la etiqueta que se había andado forjando durante más tiempo y que, por eso mismo, daba más pena destruir.
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