La verdad sobre Pandora

La verdad es que no tenĂa que haber destapado la caja de los truenos. Lo sĂ© ahora, incluso lo sabĂa ya entonces, pero no quise hacer caso. La curiosidad, la maldita curiosidad, o las ganas de darse importancia, los delirios de grandeza o el afán de protagonismo, quĂ© más da, el caso es que la caja era bonita, adornada con ribetes dorados y marmĂłreos, un trabajo de fina artesanĂa, desde luego, pero eso no puede servir de justificaciĂłn.
Yo sabia lo que habĂa dentro y, aun asĂ, la abrĂ.
Y lo que se desencadenó a partir de entonces fue tan tremendo como un huracán, tan imparable cono un tsunami, tan enorme como cualquier fuerza inatacable de la naturaleza.
Lo más curioso de todo, lo más divertido, si quieres, es que me sentĂ tan a gusto que me sumergĂ de lleno en aquella fuerza arrasadora, me deje llevar y me sentĂ como no lo habĂa hecho nunca. SentĂ que no era yo, luego que era parte de fuerzas superiores, luego que todo lo demás quedaba convertido en un punto pequeño, frágil y manejable.
No tenĂa que haber destapado la caja de los truenos. Pero menos mal que lo hice.
El mundo anterior era realmente aburrido.

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