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Fred Morrison ha muerto

Gustavo Torres [colaborador]

El atardecer medio horneado en el horizonte, una bajamar larga y profunda, la playa cansada tras el largo domingo de verano y mí primo Vicente y yo jugando al disco. Domingo de hace más de veinte años. Disco va y disco viene. La memoria, las realidades paralelas que vienen y que van y recuerdos que siempre suben cuestas como los tranvías de las ciudades escritas.

Hoy mi primo Vicente y yo hemos ido de nuevo a jugar al disco. HacĂ­a frĂ­o en la playa. Mucho. Viento afilado. Mar como con cabreo. Carnaval en las lejanas calles. HabĂ­a que hacerlo. El frisbee ha estado más tiempo en el suelo que en el aire. Ya no estamos para muchos acuclillamientos. Chándal enfundado hasta los carrillos. Disco que medio va y que medio viene. Alguna risa. DespuĂ©s caras serias. “¡Estamos como en un entierro!”, nos gritamos a travĂ©s de la desierta tarde. Nada de risas yorton.

Cuando hemos terminado, exhaustos y con los bolsillos atiborrados de arena, hemos enterrado el frisbee junto a un colgante con forma de tortuga en señal de respeto, de luto, de recuerdo. Y todo porque Fred Morrison ha muerto.
El padre del frisbee. El creador del disco que con tanta felicidad pespunteaba el final de nuestros domingos veraniegos a los dĂ­as de las insulsas y tristes estaciones que precedĂ­an a nuestros veranos, la ha palmado.

Lo primero que lanzó al aire Morrison dicen que fue una bandeja de palomitas de maíz el día de Acción de Gracias de 1937. Después experimentó con bases metálicas para tartas. Los mejoró y llegó a crear un molde para comercializarlo. Corrían los años cuarenta y se decía que un OVNI se había estrellado en Nuevo México.

La historia termina hoy. La historia loca del frisbee se cierra con mi primo y yo recogiendo el disco una y otra vez de la arena de la Barrosa y con ese gesto simbólico, transcendente e infantil de enterrar algo. Frío. Viento dardeado. La Barrosa vacía, aturdida y una bajamar que nunca será como antes. Y mi primo y yo enterrando nuestro viejo frisbee que nos regalaron comprando varios tarros de yogurt líquido y que siempre surcará el cielo horneado de atardeceres de nuestras infancias.

Fred Morrison ha muerto y mi primo y yo hemos enterrado para siempre nuestro viejo frisbee. Ya no estamos para muchos acuclillamientos.

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