Lecciones de psicohistoria

El psicohistoriador se reclinĂł en su silla, tomĂł un sorbo de cafĂ© y contemplĂł el amasijo de papeles en el que se habĂa convertido su mesa de trabajo. ¿QuĂ© hacer ahora? HabĂa pasado quince años de su vida entre legajos, buceando en bibliotecas abandonadas, interpretando análisis histĂłricos que para la mayorĂa no constituĂan más que farsas fantasiosas, y todo con la esperanza de encontrar en el pasado las claves del futuro.
"Tiene que haber algo esencial en el ser humano, algo que condiciona su conducta social y que ayude a comprender no sĂłlo cĂłmo ha transcurrido la historia,

Quince años de investigaciones tumultuosas, de altibajos y decepciones, quince años negociando con el Ministerio la cuantĂa de unas becas que cada vez se encontraban más reacios a otorgar y en virtud de las cuales se creĂan con el derecho a reclamar resultados inmediatos y satisfactorios.
Tanto tiempo habĂa tenido que pasar para que el psicohistoriador desvelara, por fin, el destino del ser humano y su esencia más profunda. Ante Ă©l, en un esquema sencillo en apariencia pero inaccesible para los no iniciados, se encontraban trazadas las claves del futuro.
¿CĂłmo le iba a explicar ahora al Ministerio que acababa de descubrir que el ser humano se dirigĂa inexorablemente a su destrucciĂłn en un plazo relativamente corto de tiempo?
No le creerĂan, no lo comprenderĂan, aquellas mentes cerradas no soportarĂan la idea de una condenaciĂłn irrevocable.
Pensó en quemar los documentos, en mentir y crear una historia ficticia que le encumbrara a la fama, en callar y desaparecer para siempre; sin embargo, se levantó y se dirigió a contar la verdad, aunque ello supusiera su final como investigador y el desprestigio ante sus contemporáneos.
Poco importaba. Más pronto que tarde el tiempo le darĂa la razĂłn. Más pronto que tarde pasarĂa a la historia de los profetas de las civilizaciones perdidas.
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