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Lecciones de psicohistoria

José Antonio Sanduvete [colaborador]

El psicohistoriador se reclinó en su silla, tomó un sorbo de café y contempló el amasijo de papeles en el que se había convertido su mesa de trabajo. ¿Qué hacer ahora? Había pasado quince años de su vida entre legajos, buceando en bibliotecas abandonadas, interpretando análisis históricos que para la mayoría no constituían más que farsas fantasiosas, y todo con la esperanza de encontrar en el pasado las claves del futuro.

"Tiene que haber algo esencial en el ser humano, algo que condiciona su conducta social y que ayude a comprender no sólo cómo ha transcurrido la historia, sino cómo ha de transcurrir en los tiempos venideros", se repetía como un dogma de fe.

Quince años de investigaciones tumultuosas, de altibajos y decepciones, quince años negociando con el Ministerio la cuantía de unas becas que cada vez se encontraban más reacios a otorgar y en virtud de las cuales se creían con el derecho a reclamar resultados inmediatos y satisfactorios.

Tanto tiempo había tenido que pasar para que el psicohistoriador desvelara, por fin, el destino del ser humano y su esencia más profunda. Ante él, en un esquema sencillo en apariencia pero inaccesible para los no iniciados, se encontraban trazadas las claves del futuro.

¿Cómo le iba a explicar ahora al Ministerio que acababa de descubrir que el ser humano se dirigía inexorablemente a su destrucción en un plazo relativamente corto de tiempo?

No le creerían, no lo comprenderían, aquellas mentes cerradas no soportarían la idea de una condenación irrevocable.
Pensó en quemar los documentos, en mentir y crear una historia ficticia que le encumbrara a la fama, en callar y desaparecer para siempre; sin embargo, se levantó y se dirigió a contar la verdad, aunque ello supusiera su final como investigador y el desprestigio ante sus contemporáneos.

Poco importaba. Más pronto que tarde el tiempo le daría la razón. Más pronto que tarde pasaría a la historia de los profetas de las civilizaciones perdidas.

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