LA JUBILACIÓN ANTES DE LOS SESENTA Y CINCO (El americano)

César Bardés [colaborador]
Cuando la bala equivocada entra en una cabeza inocente y se va dejando una hilera de huellas teñidas de sangre, es tiempo de pensar muy seriamente en la comodidad de un escondrijo. En la mirada, eso sí, permanecerá la amargura, el pálpito latente de que el gatillo se ha acomodado demasiado al dedo y que una pistola no es más que una prolongación férrea de sí mismo. Castillos en un monte. Parques en una oscuridad. Todos tienen algo que ocultar.
Detrás de una narración demasiado pausada, se halla el tormento de un hombre que ya ha causado demasiado dolor y que tiene que vivir sin ataduras, sin nudos que le amarren con fuerza a un puerto de piel caliente y valles oscuros. La soledad es la pareja ideal. El ruido metálico del pestillo de un arma es la única música que puede sonar. El enrevesado laberinto de unas calles se antojan como casuales adoquines de olvido y de búsqueda de una nada sórdida en la que poder pasar el resto de la vida. El personaje soberbiamente interpretado por George Clooney comienza con un cansino dolor en el músculo impasible de su rostro y termina con el deseo, ya inalcanzable para todos, de jubilarse antes, mucho antes de los sesenta y cinco. La felicidad es un blanco que se le escapa porque, como asesino profesional, el rastro que deja es el de un hombre sin destino, sin poso, sin presencia. Él no existe porque nunca fue.
Por ese camino trazado por la lentitud de una historia que avanza a ritmo de ráfaga y que parece inspirado por la mirada de Sergio Leone, tendrá que hacer paradas obligatorias en el deseo, en la oportunidad, en la confortabilidad del anonimato, en la minuciosa fabricación de una herramienta de trabajo, en el pago seguro que salvaguarde su retiro. Un río que va a ninguna parte aunque tenga parajes hermosos, aunque se pueda ver el grácil vuelo de una mariposa en peligro de extinción.
Lo peor de todo es que lo que ocurre es más que previsible. Sabemos lo que va a pasar y conocemos con exactitud los motivos. Todo lo que se sirve desde la mirilla de un argumento pretenciosamente enrevesado, está más que muerto. El espectador sabe en todo momento hacia dónde va la película, queda sonrojado ante la simpleza de algunas metáforas y desearía un par de vueltas más a un guión que podría haber sido, no sólo un camino de redención, sino también el principio de una película que podría haber sido mucho mejor. Sólo hace falta tener puntería con el pensamiento y conocer la trayectoria de las balas, su alcance de penetración, su finalidad condenatoria. Vemos la evolución de un personaje pero sabemos desde el principio hacia dónde va a llevar esa evolución y el disparo es una diana segura.
No cabe duda de que el encuadre es el fuerte de Anton Corbijn, fotógrafo de profesión y ocasional director de cine, que aquí revela una sobriedad en la planificación que se agradece mucho más de lo que la historia da de sí. Las miradas de su actor principal son mariposas aleteando en su pestañear y, sin necesidad de diálogos explicativos, podemos adivinar lo que pasa por su cabeza, lo que enreda su pensamiento y lo que enreda su hastío. Clooney es el mayor activo que tiene esta película y lo malo es que no hay ninguno más. Por él, merece la pena jubilarse antes de los sesenta y cinco y dejar que el retiro sea una razón para la tranquilidad y no una inquietud permanente cada vez que se gira la llave del coche. Incluso siendo un hombre malo, tiene que haber un mínimo de honestidad. Y a eso juega este americano que llega envuelto en la bruma y se marcha con un leve aleteo hacia la copa de un árbol. Y no nos equivoquemos. Es dulce, es tierno, es suave, es hombre, es placentero, es sexual, es observador, es peligroso, es implacable, es inteligente, es ideal…pero es muy capaz de hacer que el tiro nos salga por la culata.
César Bardés
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