Diagnóstico: esquizofrenia

Estoy en Malta, disfrutando de unos días de asueto. Hace buen tiempo, 22 grados marcan los termómetros, una temperatura ideal para deambular por el paseo marítimo de Sliema viendo tiendas y haciendo compras, para detenerse en una terraza a tomar un refrigerio, para recorrerse la ciudad y detenerse a observar sus monumentos, sus iglesias, sus jardines.
La gente es agradable, muy mediterránea, fruto de una mezcla cultural macerada durante siglos.

Me vuelve a decir que no es camarero. "Tampoco tengo delantal", añade, "y esto no es un café". Me quedo boquiabierto y le doy un sorbo. Sabe a capuchino. "Esto no existe, ¿acaso recuerdas cómo has llegado aquí?"
Lo pienso y me sorprendo a mí mismo. ¿Cómo he llegado? No lo recuerdo. "En avión, supongo", respondo de todas formas. Él sonríe y me pone una mano en el hombro. Me dice que no es camarero, que es psiquiatra. Que estoy en un psiquiátrico. Que los aviones dejaron de volar y que no fui a Malta, que perdí el control y maté a patadas a un puñado de personas inocentes, que me encerraron ahí y que ahora mi mente bloquea ese recuerdo y crea una realidad paralela. Pero la brisa de la costa me refresca la cara y las olas rompen mansas contra las rocas...
El camarero me enseña su título de psiquiatra y mi orden de ingreso en el centro. ¿Cómo coño trabaja de camarero si tiene un título de psiquiatra? Son raros estos malteses. Y estúpidos. Que se deje de tonterías, qué psiquiátrico ni qué narices. Estoy en Malta. Su historia, además, es absurda.
¿Cómo van a dejar de volar los aviones?
Estoy en Malta, joder. Estoy en Malta.

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