ATAJO HACIA EL EMBUSTE (La deuda)

César Bardés [colaborador]
En el rostro de una mujer se dibujan las cicatrices que deja, imborrables, la mentira. La ambiciĂłn y la cobardĂa dieron paso a un enorme engaño que tres agentes del Mossad perpetran como atajo hacia el reconocimiento general. Y el pasado suele ser tan despiadado que siempre vuelve para hacer daño, para hacer del orgullo, una vergĂĽenza; del Ă©xito, una apariencia y del amor, una sensaciĂłn demasiado fugaz como para ser asida con las manos.
Cazar a un asesino suele ser tarea de profesionales y los planes mal ideados son sinĂłnimos del fracaso. La responsabilidad del fallo es tan enorme que pesa como una losa llena de sangre. Demasiados gritos que quedan sin respuesta, demasiada muerte que permanece como un nĂşmero. La carnicerĂa de un campo de concentraciĂłn es algo que no se puede olvidar para no volver a caer en los mismos errores y el miedo aparece en medio de la encomienda. Silencio. Las vĂctimas nunca hablarán.
En el BerlĂn Oriental se esconde la maldad mirando a unas piernas abiertas. La entrega no es suficiente si se carece de inteligencia. El juego del enfrentamiento podrĂa dar lugar a una aniquilaciĂłn mutua. Pero una huida a tiempo puede fabricar una leyenda. Y todo el mundo sabe que las leyendas suelen estar bien parapetadas tras el embuste.
Y es que, de repente, cuando el pasado se vuelve presente, las cosas realmente importantes han dejado de tener sentido, más que nada porque de la falacia nunca puede nacer la satisfacciĂłn. Esta pelĂcula se sumerge en los entresijos de operaciones secretas de bĂşsqueda y captura de nazis escapados a la justicia y parece querer orillar motivaciones y consecuencias, como si John Madden, el director, no tuviera muchas ganas de mostrar la tormenta psicolĂłgica que se desata en los protagonistas por culpa de sus acciones, de su discutible profesionalidad, de sus execrables actitudes en pos de un destino que, simplemente, no les pertenece. Hay buenos mimbres con los que construir una sĂłlida historia, de bordes bien encajados en una Ă©poca en la que la infalibilidad del Mossad era famosa y el fracaso significaba lo mismo que el desinterĂ©s. Treinta y dos años despuĂ©s, dejando atrás a jovenzuelos que ponen cara sin mucha pasiĂłn, encontramos a Tom Wilkinson y, sobre todo, a Helen Mirren que hace que toda imagen cobre altura, que toda sensaciĂłn sea una herida en su rostro de sabidurĂa y clase y que toda reacciĂłn posea una causa previa que la motive.
AsĂ, la pelĂcula adolece de un precario equilibrio porque hay una descompensaciĂłn evidente entre lo que se recuerda y lo que acontece. Hay escenas que requieren una difĂcil explicaciĂłn, hay destinos que ruegan por una sutil mitificaciĂłn y, tal vez, quien fuera hĂ©roe por una mentira sea hĂ©roe, tres dĂ©cadas despuĂ©s, por una verdad que estuvo demasiado tiempo oculta en un incĂłmodo silencio. Silencio de supervivencia.
Una vuelta de guiĂłn más no hubiera venido mal a una pelĂcula que pide a gritos un ajuste más encajado de sus pernos. En algunos instantes, parece que todo se escapa por una rendija abierta en un problema de conciencia que, a algunos puede parecer ajeno, pero que, con la suficiente perspectiva histĂłrica, no deja de tener una cierta lĂłgica. Tampoco es fácil asumir que haya miembros de los servicios secretos israelĂes que patinen sobre sentimientos de los que se deberĂa prescindir habida cuenta de las crueldades vividas y de familias exterminadas. Todo confluye en un nuevo pasado que estará, otra vez, escrito en una herida, que tendrá su cruz en el cementerio de la piel, que exhibirá sus razones a travĂ©s de otra mentira que, en su momento, fue verdad. AsĂ que no tomen en cuenta lo que se dice en estas lĂneas. Quizá sea todo un implĂcito deseo de pasar a la posteridad alejándose del ridĂculo que, en muchas ocasiones, es otro nombre para el fracaso.
César Bardés
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