TOSES EN LA PLATEA (Contagio)

César Bardés [colaborador]
En una situación de emergencia, los oportunistas proliferan como virus. Internet es una ventana abierta hacia la información y por ella se cuelan múltiples falsedades. La cibernética aún no tiene más contagio que el neuronal. Por otro lado, la profesión médica tiene tantos incompetentes como cualquier otra pero, sin embargo, también está plagada de grandes profesionales que ponen en riesgo sus vidas con tal de llegar al punto cero de una enfermedad de grandes proporciones. Tratando de sobrevivir, el mundo se aniquila a sà mismo.
Un ligero roce, tocarse la cara, girar el pomo de una puerta que, anteriormente, ha sido agarrado por un enfermo, un murciĂ©lago que se cruza con un cerdo y, juntos, tienen un hermoso retoño en forma de virus letal, un parado es inmune y una miembro de una importante organizaciĂłn internacional sufre de SĂndrome de Estocolmo y para eso no hay vacuna. La geografĂa es un vecindario y en poco más de cuatro meses, el caos llega a los vĂveres, a la desconfianza como forma de vida y a los instintos salvajes que arruinan la moral. Poco queda de humanos, poco queda de seres.
Con el retrato de diferentes casos de un hipotĂ©tico contagio de una enfermedad mortal, el director Steven Soderbergh fabrica una pelĂcula sincera, que no se detiene en el retrato de las miserias aunque no duda en mostrarlas y que se erige como un testamento del cariño que deberĂa imperar entre las personas. Sin ahorrarse optimismos, Soderbergh describe cĂłmo puede afectar una situaciĂłn de enorme dificultad a distintos niveles y no deja de creer en que lo Ăşnico que nos separa de la desolaciĂłn total es la entrega de alguien con la inteligencia adecuada, en el momento preciso y en el lugar ideal; alguien con la capacidad de comprender que saltarse los protocolos establecidos y las resistencias burocráticas es la rebeliĂłn total frente a la exterminaciĂłn. Y este comentario no es sĂłlo una acotaciĂłn mĂ©dica de una pelĂcula vĂrica. TambiĂ©n es un antĂdoto frente a crisis de otros tipos y clases.
Soderbergh no duda en utilizar a un puñado de actores con nombre de los que sobresalen por derecho propio Laurence Fishburne, pleno de veteranĂa y serenidad, Kate Winslet, enĂ©rgica e incansable, y Jude Law, representante de tantos y tantos seres apagados que ven en la red su oportunidad para conseguir sus dĂas de fama a travĂ©s de formas infames de propagaciĂłn de rumores, otra forma de virus.
No cabe duda de que tambiĂ©n hay errores de cierta densidad como el cierre de la historia referida a Marion Cotillard pero, aĂşn asĂ, hay que reconocer que la agilidad es la enseña de esta pelĂcula, que se nos lleva de un escenario a otro sin apenas transiciĂłn y con un estilo cuasi-documental que acaba por ser uno de los mayores aciertos de una trama de enfermedades cruzadas, de huĂ©spedes cero, del interrogante de si el ser humano está preparado para vivir en una sociedad que tambiĂ©n está sometida a la naturaleza animal y de si sĂłlo somos capaces de amar cuando las tensiones aflojan los mĂşsculos y la desgracia se medita en un rincĂłn de una soledad merecida.
No deja de ser curioso que la platea sĂłlo tosiera y carraspeara durante la pelĂcula. Lo psicosomático parece que se despierta cuando alguien expone una idea de desastre vĂrico y, por unos instantes, parecĂa que el pĂşblico iba a comenzar con una persistente tos de carácter preocupante. Tampoco faltaron los que no se enteraron de nada porque hay mucho nombre dando saltos de aquĂ para allá alrededor del orbe. Otros salieron blancos ante las perspectivas de una epidemia posible. Nada es comparable al suspiro que se exhala, tomando aire bastante viciado, cuando las luces de la sala se encienden ordenando el desalojo. La pelĂcula está bien pero no mata. Más o menos igual que la tos seca del señor que estaba dos filas por delante. Y no toquen estas letras, por favor, podrĂan contagiarse de escepticismo.
César Bardés
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