Danzad, danzad, malditos [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete.-
Se detuvieron los vehĂculos que circulaban por las carreteras, los barcos que navegaban en alta mar, los aviones que volaban por el cielo. Quedaron inmĂłviles como estatuas los niños que jugaban en el parque, los jĂłvenes que montaban en bicicleta, los ancianos que paseaban por la alameda. Hubo quien se detuvo en mitad de un grito, quien quedĂł suspendido en el aire en mitad de un salto en paracaĂdas, quien alargĂł su sueño hasta que este pareciĂł eterno.
El director de la orquesta observaba esto con gesto adusto, cruzado de brazos, mientras negaba severamente con la cabeza.
Luego se detuvo el viento, y las hojas de los árboles por él mecidas. Se detuvieron el sol y la luna, que dejaron de darse relevos. La Tierra detuvo su movimiento de rotación.
Se detuvieron los alientos, y las mentes, las aves en el cielo y los corazones en el interior de los hombres de bien. Solo entonces el director de orquesta comenzĂł a centrar su atenciĂłn en lo que estaba sucediendo.
Cuando el universo dejĂł de expandirse, cuando las estrellas cesaron sus emisiones de luz, cuando dejĂł de existir la ley de sucesiĂłn del tiempo, la presencia de un momento necesariamente despuĂ©s de otro, el director de orquesta sonriĂł y contemplĂł lo que habĂa conseguido. Lo contemplĂł durante un nanosegundo, o durante una eternidad, era lo mismo ahora que el tiempo habĂa cesado y los relojes se habĂan detenido.
Ahora sĂ, ahora que todos habĂan parado, podĂa reflexionar con calma y arreglar una infinitud de pequeños detalles que no terminaban de funcionar. Tanto movimiento produce estrĂ©s, y este lleva a la imprecisiĂłn.
Todo mecanismo necesita revisiones, y el mundo necesitaba una, vaya que sĂ. Un arreglo por aquĂ,un ajuste por allá... el director de orquestra dio por terminada la revisiĂłn y sonriĂł satisfecho. GolpeĂł con su batuta en el atril una, dos, tres veces: "Chicos, que comience el baile. Y esta vez procurad hacerlo algo mejor".
Se detuvieron los vehĂculos que circulaban por las carreteras, los barcos que navegaban en alta mar, los aviones que volaban por el cielo. Quedaron inmĂłviles como estatuas los niños que jugaban en el parque, los jĂłvenes que montaban en bicicleta, los ancianos que paseaban por la alameda. Hubo quien se detuvo en mitad de un grito, quien quedĂł suspendido en el aire en mitad de un salto en paracaĂdas, quien alargĂł su sueño hasta que este pareciĂł eterno.
El director de la orquesta observaba esto con gesto adusto, cruzado de brazos, mientras negaba severamente con la cabeza.
Luego se detuvo el viento, y las hojas de los árboles por él mecidas. Se detuvieron el sol y la luna, que dejaron de darse relevos. La Tierra detuvo su movimiento de rotación.
Se detuvieron los alientos, y las mentes, las aves en el cielo y los corazones en el interior de los hombres de bien. Solo entonces el director de orquesta comenzĂł a centrar su atenciĂłn en lo que estaba sucediendo.
Cuando el universo dejĂł de expandirse, cuando las estrellas cesaron sus emisiones de luz, cuando dejĂł de existir la ley de sucesiĂłn del tiempo, la presencia de un momento necesariamente despuĂ©s de otro, el director de orquesta sonriĂł y contemplĂł lo que habĂa conseguido. Lo contemplĂł durante un nanosegundo, o durante una eternidad, era lo mismo ahora que el tiempo habĂa cesado y los relojes se habĂan detenido.

Todo mecanismo necesita revisiones, y el mundo necesitaba una, vaya que sĂ. Un arreglo por aquĂ,un ajuste por allá... el director de orquestra dio por terminada la revisiĂłn y sonriĂł satisfecho. GolpeĂł con su batuta en el atril una, dos, tres veces: "Chicos, que comience el baile. Y esta vez procurad hacerlo algo mejor".
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