Ínfulas de tragedia griega [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete[colaborador].-
"El suicidio del escorpión es bello", pensaba mientras buscaba salida entre las llamas. "El escorpión se suicida cuando se ve rodeado por el fuego, acosado por enemigos invisibles, asfixiado por el humo y el aumento de la temperatura ambiente. Qué orgullo ser uno de ellos", y avanzaba, y retrocedía, y las llamas dibujaban a su alrededor un círculo cada vez más estrecho. El arácnido estiraba su aguijón y extendía las pinzas en posición defensiva, dispuesto a atacar a la menor posibilidad. Pero el fuego, el fuego... ¿cómo vence uno aquello que no puede ver?
Entonces el escorpión, el rey de los arácnidos, temido entre todos los seres vivos por su fiero aspecto, aplicó el potente aguijón de su cola contra su propio abdomen, dispuesto a inocularse su mortal veneno, y lo empujó con fuerza.
Lo hizo una, dos, tres veces, sin resultado aparente.
Pronto comprendió el escorpión que su esqueleto era más poderoso que su aguijón, que este no podía atravesarlo; pronto comprendió, igualmente, que era inmune a su propio veneno.
Oh, naturaleza cruel; oh, destino funesto, que proporcionas poder e impides, a un tiempo, vencer al enemigo más peligroso, a uno mismo.
Pronto comprendió el escorpión que su suicidio es bello, en efecto; pero que, como tantas cosas bellas, no es real.
Ya el fuego comenzaba a reventarle por dentro y a acabar con él, en cualquier caso, entre dolorosas convulsiones...
"El suicidio del escorpión es bello", pensaba mientras buscaba salida entre las llamas. "El escorpión se suicida cuando se ve rodeado por el fuego, acosado por enemigos invisibles, asfixiado por el humo y el aumento de la temperatura ambiente. Qué orgullo ser uno de ellos", y avanzaba, y retrocedía, y las llamas dibujaban a su alrededor un círculo cada vez más estrecho. El arácnido estiraba su aguijón y extendía las pinzas en posición defensiva, dispuesto a atacar a la menor posibilidad. Pero el fuego, el fuego... ¿cómo vence uno aquello que no puede ver?
Entonces el escorpión, el rey de los arácnidos, temido entre todos los seres vivos por su fiero aspecto, aplicó el potente aguijón de su cola contra su propio abdomen, dispuesto a inocularse su mortal veneno, y lo empujó con fuerza.
Lo hizo una, dos, tres veces, sin resultado aparente.
Pronto comprendió el escorpión que su esqueleto era más poderoso que su aguijón, que este no podía atravesarlo; pronto comprendió, igualmente, que era inmune a su propio veneno.
Oh, naturaleza cruel; oh, destino funesto, que proporcionas poder e impides, a un tiempo, vencer al enemigo más peligroso, a uno mismo.
Pronto comprendió el escorpión que su suicidio es bello, en efecto; pero que, como tantas cosas bellas, no es real.
Ya el fuego comenzaba a reventarle por dentro y a acabar con él, en cualquier caso, entre dolorosas convulsiones...
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