Al salir del cine: JUEGO DE RATAS (Skyfall)
César Bardés [colaborador].-
Cuando un trabajo falla porque ocurre algo imprevisto, se cae en desgracia. La confianza parece que huye en busca de los incompetentes. La duda se abate sobre el nombre y toda estrella, por muy brillante que haya sido, comienza a declinar. La mentira y la insidia son las armas habituales para echar tierra sobre la fama. La leyenda ya no es tal y entonces aparecen las debilidades del superhombre. Ya no se está tan seguro. El músculo se vuelve falible. La caza invierte los papeles. No todo es tan perfecto. Quizá, para eso, más vale estar muerto.
Pero las venganzas suelen ser planes trazados sobre un mapa de rabia y la furia inicial, la impenetrabilidad en la mente malvada solo puede ser resquebrajada por quien conoce bien su oficio. Los muertos vuelven para demostrar que quien tuvo, posee. Las luchas a contraluz parecen coreografĂas de muerte donde el cielo acaricia la arquitectura. Los reflejos de las luces anuncian que el vacĂo llama a sus vĂctimas con colores de neĂłn. Un MartĂn con vodka agitado, no removido. Una mujer con ojos de vĂ©rtigo y transparencias intuidas,, un paisaje desolado, un insinuante malvado que cree tener todos los ases en la mano. Y los tiene. Salvo uno. La burocracia se abre paso. El aprecio permanece. El pasado, tambiĂ©n.
Y por el camino queda el agente Ronson, con nombre de mechero, que agoniza porque, tal vez, el más famoso agente secreto de todos los tiempos ya no fuma. Agujereado yace un Aston MartĂn que ha funcionado siempre como una tabla de salvaciĂłn. Una lucha sobre un vagĂłn con cadena incluida remite a aquella otra entre Lee Marvin y Ernest Borgnine en la estupenda El Emperador del Norte, de Robert Aldrich. Se visita con breves guiños a otros clásicos de la serie Bond, James Bond. La renovaciĂłn se avecina. El cĂrculo se cierra. Y hasta la sombra de Batman parece alzarse antes del final. Ése es 007. Un tipo con agallas, sin sentimientos y que ya se olvidĂł de llorar.
Por un lado, ya se sabe. Este Bond del siglo XXI, violento y brutal pero que surge más como ser humano que como el agente sin tacha ni moral. Por otro, un villano refinado, sutil, de diálogo brillante y gesto imprevisto bajo el rostro de Javier Bardem que consigue, en sus momentos iniciales, robar plano al hombre del smoking en un cruel juego de ratas. En segunda fila, ese amor de mujer que es Judi Dench y ese actor con mirada de hielo que es Ralph Fiennes. Y, para colmo, detrás de las cámaras se halla un tipo que da coherencia al conjunto, con cierta seriedad y algún que otro desliz como Sam Mendes. El cielo, esta vez, sà que se cae.
Y es que, sin duda, en esta ocasiĂłn tenemos una de las mejores entregas de toda la serie del agente al servicio secreto de su majestad. Porque los diálogos están muy pulidos, llenos de dobles sentidos, mordientes y cĂnicos. La acciĂłn...hay de todo. Secuencias mejores y peores. Errores de una cámara que desea ser contemplativa en manos de Mendes y pide un poco más de perspectiva pero eso, sin ser piadoso, se puede olvidar en un expediente que sorprende, que decae hacia el final, que entretiene sin sombra de traiciĂłn, que quiere mirar atrás sin dejar de hacerlo hacia delante. Bond tiene que resucitar. Al fin y al cabo, Ă©se es su trabajo.
Atrás del todo, con barba, escopeta y en Escocia, aparece un viejo amigo como Albert Finney ayudando con cariño y dureza a Bond. Y me juego el anillo de boda que ese papel fue escrito pensando en el Ăşnico y autĂ©ntico agente secreto que no es otro que Sean Connery. Lo que pasa es que el terco escocĂ©s no quiere volver a visitarnos. No quiere ser mito. Siempre quiso ser actor. Lo de Daniel Craig, aquĂ, es al revĂ©s. Pero ¿quĂ© se le va a hacer? No se puede tener todo. Ni siquiera un Q en condiciones. Londres espera. Bond vuelve al trabajo. Siempre vuelve.
Cuando un trabajo falla porque ocurre algo imprevisto, se cae en desgracia. La confianza parece que huye en busca de los incompetentes. La duda se abate sobre el nombre y toda estrella, por muy brillante que haya sido, comienza a declinar. La mentira y la insidia son las armas habituales para echar tierra sobre la fama. La leyenda ya no es tal y entonces aparecen las debilidades del superhombre. Ya no se está tan seguro. El músculo se vuelve falible. La caza invierte los papeles. No todo es tan perfecto. Quizá, para eso, más vale estar muerto.
Pero las venganzas suelen ser planes trazados sobre un mapa de rabia y la furia inicial, la impenetrabilidad en la mente malvada solo puede ser resquebrajada por quien conoce bien su oficio. Los muertos vuelven para demostrar que quien tuvo, posee. Las luchas a contraluz parecen coreografĂas de muerte donde el cielo acaricia la arquitectura. Los reflejos de las luces anuncian que el vacĂo llama a sus vĂctimas con colores de neĂłn. Un MartĂn con vodka agitado, no removido. Una mujer con ojos de vĂ©rtigo y transparencias intuidas,, un paisaje desolado, un insinuante malvado que cree tener todos los ases en la mano. Y los tiene. Salvo uno. La burocracia se abre paso. El aprecio permanece. El pasado, tambiĂ©n.
Y por el camino queda el agente Ronson, con nombre de mechero, que agoniza porque, tal vez, el más famoso agente secreto de todos los tiempos ya no fuma. Agujereado yace un Aston MartĂn que ha funcionado siempre como una tabla de salvaciĂłn. Una lucha sobre un vagĂłn con cadena incluida remite a aquella otra entre Lee Marvin y Ernest Borgnine en la estupenda El Emperador del Norte, de Robert Aldrich. Se visita con breves guiños a otros clásicos de la serie Bond, James Bond. La renovaciĂłn se avecina. El cĂrculo se cierra. Y hasta la sombra de Batman parece alzarse antes del final. Ése es 007. Un tipo con agallas, sin sentimientos y que ya se olvidĂł de llorar.
Por un lado, ya se sabe. Este Bond del siglo XXI, violento y brutal pero que surge más como ser humano que como el agente sin tacha ni moral. Por otro, un villano refinado, sutil, de diálogo brillante y gesto imprevisto bajo el rostro de Javier Bardem que consigue, en sus momentos iniciales, robar plano al hombre del smoking en un cruel juego de ratas. En segunda fila, ese amor de mujer que es Judi Dench y ese actor con mirada de hielo que es Ralph Fiennes. Y, para colmo, detrás de las cámaras se halla un tipo que da coherencia al conjunto, con cierta seriedad y algún que otro desliz como Sam Mendes. El cielo, esta vez, sà que se cae.
Y es que, sin duda, en esta ocasiĂłn tenemos una de las mejores entregas de toda la serie del agente al servicio secreto de su majestad. Porque los diálogos están muy pulidos, llenos de dobles sentidos, mordientes y cĂnicos. La acciĂłn...hay de todo. Secuencias mejores y peores. Errores de una cámara que desea ser contemplativa en manos de Mendes y pide un poco más de perspectiva pero eso, sin ser piadoso, se puede olvidar en un expediente que sorprende, que decae hacia el final, que entretiene sin sombra de traiciĂłn, que quiere mirar atrás sin dejar de hacerlo hacia delante. Bond tiene que resucitar. Al fin y al cabo, Ă©se es su trabajo.
Atrás del todo, con barba, escopeta y en Escocia, aparece un viejo amigo como Albert Finney ayudando con cariño y dureza a Bond. Y me juego el anillo de boda que ese papel fue escrito pensando en el Ăşnico y autĂ©ntico agente secreto que no es otro que Sean Connery. Lo que pasa es que el terco escocĂ©s no quiere volver a visitarnos. No quiere ser mito. Siempre quiso ser actor. Lo de Daniel Craig, aquĂ, es al revĂ©s. Pero ¿quĂ© se le va a hacer? No se puede tener todo. Ni siquiera un Q en condiciones. Londres espera. Bond vuelve al trabajo. Siempre vuelve.
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