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Único en el mundo [Memento Mori]

José Antonio Sanduvete [colaborador].-
 
     Cuando se miró al espejo, Javier no dio crédito a lo que vieron sus ojos. De aquellos pequeños bultos que le habían salido en la espalda y que le habían estado molestando toda la semana habían brotado, como por arte de magia, dos apéndices simétricos que no podían recibir otro nombre que el de "alas". Alas pequeñas, de apariencia débil, pero alas al fin y al cabo.
     Se miró y se remiró, se asustó, se sorprendió y finalmente quedó extrañamente complacido. Desechó inmediatamente la idea, que había pasado por su cabeza en los últimos días, de pedir cita con el médico. Por unos bultos sí, pero por unas alas... ¿qué sabrían los médicos de alas que aparecen sin motivo alguno? De hecho, había desaparecido todo rastro de dolor...
     De modo que apartó cualquier preocupación y se contempló en su nuevo estado. Un ser único en el mundo, de la noche a la mañana. Tendría que adaptarse las camisas, pero tampoco era tan importante, se las haría a medida. Se imaginó a la gente observándole por la calle con la boca abierta, a los medios queriendo entrevistarle, a la comunidad científica preguntándose las causas... habría que tener cuidado con todo esto, su nuevo estatus no podía superarle, contadas apariciones en público y una privacidad celosamente guardada habrían de ser sus armas.
     Inmediatamente pensó que, si tenía alas, tal vez podría volar... era algo lógico, por otra parte. Eso le haría pasar de ser una rareza a constituirse en un ser prodigioso. Podría hacer tantas cosas para sí, para sus seres queridos y para la humanidad cuando dominara las técnicas de vuelo...
     Pensó en los pequeños pajarillos saltando del nido y agitando sus alas en el aire, dubitativos. Jamás volarían si no lo intentaran, y siempre había una primera vez. Javier se asomó al balcón, miró abajo, cinco plantas hasta el suelo, miró arriba, un infinito prometedor hasta el cielo, y saltó.
     Mientras estaba en el aire agitó sus alas con fuerza y tuvo tiempo de pensar en ascender, de comprobar que no era así, de sentirse imbécil por creer que sus débiles alas podrían mantenerle en el aire, de lamentar que un ser único como él tuviera una vida tan corta y de soltar un taco de rabia que se convirtió en un grito desgarrador. Todo eso antes de estamparse espectacularmente contra la acera y hacerse pedazos.
     Poco después se supo que aquel mismo día un joven malayo, una chica en Arizona, una señora en Salvador de Bahia y un anciano en Cracovia habían muerto en circunstancias similares, saltando desde alturas considerables para probar sus nuevas alas. Todos creían ser únicos. Tuvieron que pasar dos meses hasta que un panameño consiguió emprender el vuelo. Había esperado durante semanas hasta que sus alas tuvieron las proporciones adecuadas. No tenía ninguna prisa por saltar de ninguna parte, al fin y al cabo él no era ningún ser prodigioso y no tenía nada que demostrar, era solo uno más de los miles de afectados, en todo el mundo, por esa nueva mutación, la aparición de alas, de la que todos hablaban...

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