Al salir del cine: LEYENDAS EN EL ABISMO (El Hobbit: Un viaje inesperado)
César Bardés [colaborador].-
El héroe débil, poseedor de virtudes que no alcanzan a ser vistas por cualquier ojo, elegido entre miles porque, en su interior, hay algo de pureza, de ingenuidad intocada, de honestidad de sentimientos, es el protagonista de una odisea con otros compañeros que son guerreros en estado bruto, sin patria ni hogar, que desean recuperar lo perdido, que quieren posar sus ojos en su tierra, enterrada bajo el fuego de un inmenso dragón que simboliza el mal que se entierra en oro, en avaricia constante, en un inmenso colchón de riquezas que a nadie benefician. Ni siquiera a él. Y la leyenda, siempre tornadiza, siempre esquiva, comienza a caminar en el abismo.
Batalla tras batalla, la leyenda bordea el precipicio. Por el camino, monstruos de todo pelaje, paisajes de belleza monstruosa, combates imposibles entre montañas que desean la supremacĂa del vacĂo y del tiempo. La magia enmarca la aventura, con viejos embrujos de salvaciĂłn mientras un bocado apetitoso se escapa, un tesoro se pierde, una hermosura Ă©lfica teme por el equilibrio, una orgĂa de laberintos se derrumba y un desafĂo se consuma. Alas para volar en el inmenso cielo de la vuelta a casa. El hĂ©roe en el que nadie creĂa saquea los instantes para demostrar que la bravura no es patrimonio de los más fuertes.
Quizá hubiera que decir, no sea que alguien malinterprete estas palabras, que Literatura no es Cine. Será buena o mala, gustará o no gustará, será mejor o peor pero las sensaciones y los objetivos de un libro nunca se pueden equiparar a los de una pelĂcula. Más que nada porque lo que tiene que hacer Ă©sta es conservar el espĂritu que inspiraron las imágenes, sobrevolar las aristas sobrantes, pulir el enorme botĂn de las letras impresas hasta convertirlas en sueños fotográficos de instantes cazados. Seguir paso a paso los rincones y explanadas del relato original puede derivar en largometraje salpicado por el cansancio, que pierde la efectividad legendaria por el camino para añadir una espectacularidad que, si bien no es reprochable, sĂ que puede llegar a la repeticiĂłn y al callejĂłn peligroso de la gratuidad. Eso, y perdĂłnenme los seguidores impenitentes de El señor de los anillos, es lo que pasĂł con aquella trilogĂa y eso, y perdĂłnenme los seguidores impenitentes de Peter Jackson, es lo que vuelve a pasar en esta ocasiĂłn.
El don de Peter Jackson nunca ha sido el de la brevedad. De acuerdo que es muy difĂcil retratar la odisea de un grupo de valientes a travĂ©s de una tierra jalonada de peligros y de criaturas impensables, que la imaginaciĂłn tiene que estar alerta y que todo obedece a una razĂłn previa retratada en los maravillosos relatos de J.R.R. Tolkien, pero no hay mucho detrás de tanto duelo, de tanta emboscada, de tanta carrera y de tantos planos de un virtuosismo tĂ©cnico que merecerĂa el aplauso con una mayor templanza en la narraciĂłn. Ah, ruego que me vuelvan a perdonar. Al terminar la proyecciĂłn sĂ hay gente que aplaude.
No deja de ser un placer ver de nuevo a Ian McKellen en la volátil piel de Gandalf, o a Cate Blanchett, mujer de rara belleza, encarnando la perfecciĂłn divina de una reina de paz y tranquilidad. TambiĂ©n lo es volver a visitar las increĂbles tierras neozelandesas con el añadido de una direcciĂłn fotográfica excepcional, o, incluso, asistir al reto de volver a contemplar al Gollum de Andy Serkis con apasionamiento, pero espada tras espada, chasquido tras crujido, pelea tras escaramuza, se empieza a mirar a otro lado. Y lo peor es que no es que sea por poco interĂ©s, es por esa obsesiĂłn de hacer del festĂn visual, una continua contienda en el que cada paso siempre es ir un poco más allá en lo imposible. Ahora cojan este artĂculo y Ă©chenlo al fuego de un volcán en erupciĂłn. Yo me quedarĂ© frotándome las manos y diciendo en voz baja que es mi tesoro.
El héroe débil, poseedor de virtudes que no alcanzan a ser vistas por cualquier ojo, elegido entre miles porque, en su interior, hay algo de pureza, de ingenuidad intocada, de honestidad de sentimientos, es el protagonista de una odisea con otros compañeros que son guerreros en estado bruto, sin patria ni hogar, que desean recuperar lo perdido, que quieren posar sus ojos en su tierra, enterrada bajo el fuego de un inmenso dragón que simboliza el mal que se entierra en oro, en avaricia constante, en un inmenso colchón de riquezas que a nadie benefician. Ni siquiera a él. Y la leyenda, siempre tornadiza, siempre esquiva, comienza a caminar en el abismo.
Batalla tras batalla, la leyenda bordea el precipicio. Por el camino, monstruos de todo pelaje, paisajes de belleza monstruosa, combates imposibles entre montañas que desean la supremacĂa del vacĂo y del tiempo. La magia enmarca la aventura, con viejos embrujos de salvaciĂłn mientras un bocado apetitoso se escapa, un tesoro se pierde, una hermosura Ă©lfica teme por el equilibrio, una orgĂa de laberintos se derrumba y un desafĂo se consuma. Alas para volar en el inmenso cielo de la vuelta a casa. El hĂ©roe en el que nadie creĂa saquea los instantes para demostrar que la bravura no es patrimonio de los más fuertes.
Quizá hubiera que decir, no sea que alguien malinterprete estas palabras, que Literatura no es Cine. Será buena o mala, gustará o no gustará, será mejor o peor pero las sensaciones y los objetivos de un libro nunca se pueden equiparar a los de una pelĂcula. Más que nada porque lo que tiene que hacer Ă©sta es conservar el espĂritu que inspiraron las imágenes, sobrevolar las aristas sobrantes, pulir el enorme botĂn de las letras impresas hasta convertirlas en sueños fotográficos de instantes cazados. Seguir paso a paso los rincones y explanadas del relato original puede derivar en largometraje salpicado por el cansancio, que pierde la efectividad legendaria por el camino para añadir una espectacularidad que, si bien no es reprochable, sĂ que puede llegar a la repeticiĂłn y al callejĂłn peligroso de la gratuidad. Eso, y perdĂłnenme los seguidores impenitentes de El señor de los anillos, es lo que pasĂł con aquella trilogĂa y eso, y perdĂłnenme los seguidores impenitentes de Peter Jackson, es lo que vuelve a pasar en esta ocasiĂłn.
El don de Peter Jackson nunca ha sido el de la brevedad. De acuerdo que es muy difĂcil retratar la odisea de un grupo de valientes a travĂ©s de una tierra jalonada de peligros y de criaturas impensables, que la imaginaciĂłn tiene que estar alerta y que todo obedece a una razĂłn previa retratada en los maravillosos relatos de J.R.R. Tolkien, pero no hay mucho detrás de tanto duelo, de tanta emboscada, de tanta carrera y de tantos planos de un virtuosismo tĂ©cnico que merecerĂa el aplauso con una mayor templanza en la narraciĂłn. Ah, ruego que me vuelvan a perdonar. Al terminar la proyecciĂłn sĂ hay gente que aplaude.
No deja de ser un placer ver de nuevo a Ian McKellen en la volátil piel de Gandalf, o a Cate Blanchett, mujer de rara belleza, encarnando la perfecciĂłn divina de una reina de paz y tranquilidad. TambiĂ©n lo es volver a visitar las increĂbles tierras neozelandesas con el añadido de una direcciĂłn fotográfica excepcional, o, incluso, asistir al reto de volver a contemplar al Gollum de Andy Serkis con apasionamiento, pero espada tras espada, chasquido tras crujido, pelea tras escaramuza, se empieza a mirar a otro lado. Y lo peor es que no es que sea por poco interĂ©s, es por esa obsesiĂłn de hacer del festĂn visual, una continua contienda en el que cada paso siempre es ir un poco más allá en lo imposible. Ahora cojan este artĂculo y Ă©chenlo al fuego de un volcán en erupciĂłn. Yo me quedarĂ© frotándome las manos y diciendo en voz baja que es mi tesoro.
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