Anticuentos de Navidad. 1 - Papá Noel no tiene quien le escriba [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
Papá
Noel salió a la puerta, como las anteriores cien veces, a comprobar el
buzón. Y, como las anteriores cien veces, el buzón continuaba vacío. Un
rictus de desagrado y angustia se dibujó en su rostro. Bajó la cabeza y,
negando en silencio, se dirigió al establo. Allí Rudolf pacía
afablemente. Papá Noel le acarició el lomo.
- Ni una sola carta, ¿sabes, Rudolf? Quedan cinco días para Navidad y no hemos recibido ni una sola carta. Ya nadie se interesa por nosotros. Aquellos sí que eran buenos tiempos, ¿te acuerdas?
Rudolf no contestó, sino que continuó con los morros hincados en la alfalfa y la cara de boba incomprensión que ponen los renos cuando les habla un humano. Entretanto, Papá Noel le había desatado la brida y, con ella en la mano, volvió a casa.
Se estaba bien allí dentro. Al calor del hogar el invierno era más placentero. No hace mucho en fechas semejantes el salón se encontraría sumergido en cartas de niños que, ilusionados, pedían sus juguetes. Ahora nada, ¿quién se iba a preocupar por mandar cartas a Laponia cuando las tiendas estaban a dos pasos, cuando todo podía comprarse o encargarse por internet a precios económicos?
Papá Noel cogió una silla, la puso en el centro del salón y se puso en pie sobre ella. Tan sólo se oía el crepitar del fuego y, fuera, la fría brisa del invierno ártico. Ató un extremo de la brida de Rudolf a una de las vigas del techo, y con el otro extremo fabricó en unos segundos un nudo corredizo. ¡Cuántas veces nudos semejantes le habían apañado averías en el trineo, siempre inoportunas! Ese trineo que no volvería a ser usado… Por su mente pasó una vez más, como tantas en el último año, el eslogan de aquellos grandes almacenes que servían a domicilio. “Te llevamos las Navidades a casa”, rezaban los carteles y cantaban en el anuncio empleados alegres mientras niños y padres satisfechos danzaban a su alrededor. ¡Cuánto daño le había hecho aquel anuncio! ¿Quién iba ya a esperar que un gordo entrara por la chimenea con un trineo volador? El camión de reparto, sin recargo, llegaba puntual y eficazmente. En fin, su tiempo había pasado, era evidente… Ya lo dicen, ¿no?: renovarse o morir…
Papá Noel tenía ya la brida alrededor del cuello y estaba dispuesto a saltar de la silla cuando una luz destelló en forma de idea. ¡Claro! Se renovaría. Vendería cara su piel.
Entonces se sacó del cuello la brida en forma de nudo corredizo, tomó la silla y se dirigió al ordenador. Se había hecho con aquel pentium hacía ya unos años, aprovechando una buena oferta que incluía impresora y antivirus, pero apenas lo había utilizado. Ahora había llegado el momento. Se modernizaría, entraría a formar parte de la familia de internet. ¿Que los demás venden a través de la red? Él también lo haría. ¿Que los demás te lo llevan a casa? Él también, y más rápido, no en vano tenía un trineo que viajaba por los aires y llevaba una eternidad llegando con puntualidad a todos los hogares. “¡Que voy volando…!”, ese sería su eslogan. Sería necesario abrir un blog informativo, una web, qué narices, era necesario pensar a lo grande. No tenía ni idea de cómo hacerlo, pero aprendería. Luego habría que darse a conocer, con emails, y links, y publicidad hasta los topes…
Encendió el ordenador. Se conectó a la red. Intentó teclear algún buscador para empezar, pero lo que surgieron del fondo de la pantalla fueron tres ventanitas emergentes. Papá Noel las observó con curiosidad.
- ¿Qué es esto? ¿Porno gratis? ¿Enlarge your penis? ¿Únete a Facebook? Vaya, parece que esto de internet va a resultar más interesante de lo que yo creía…
Muy bueno, Sanduvete. Espero la continuación.
ResponderEliminarEsto si que es un cuento de navidad actual.
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