Cayeron cuatro gotas [Memento Mori]
José Antonio Sanduvete [colaborador].-
Ayer cayeron cuatro gotas.
La primera cayĂł sobre el filo de la espada de un guerrero. Se dividiĂł en dos, atravesada sin clemencia, y las mitades recorrieron las hojas de acero pulido. Luego la espada cortĂł una cabeza enemiga, y la gota se mezclĂł con la sangre de la vĂctima, que brotaba como una fuente primordial.
La segunda se posó sobre la frente de un meditador zen. Descendió por ella, bordeó las cejas afeitadas y las cuencas de los ojos cerrados al mundo, abiertos al universo. Se paseó por la nariz y quedó suspendida en su punta, desafiando la gravedad como un funámbulo temerario.
La tercera besĂł la mejilla del pálido cadáver de una joven que se habĂa quitado la vida a causa de un amor desdichado. SurcĂł el rostro, frĂo como los corazones crueles, y se depositĂł en los labios amoratados, aquellos labios que no volverĂan a sonreĂr.
La cuarta se sumergiĂł en un rĂo. AllĂ se uniĂł a millones de sus congĂ©neres, y con ellas iniciĂł una larga peregrinaciĂłn que le llevarĂa, finalmente, al mar donde reposan por siempre las cosas que fueron, las que lucharon por ser e incluso algunas de las que no llegaron a ser jamás.
Ayer cayeron cuatro gotas como cuatro lágrimas de un dios. Un dios que llorara por la belleza y la crueldad, por la armonĂa y la maldad de lo que tenĂa ante sus ojos. Un dios lloraba, en efecto, ayer. Pero lloraba poco. Solo cuatro gotas cayeron. Ya llegará el momento en que ese dios, y todos los demás, derramen lágrimas como autĂ©nticos torrentes.
La primera cayĂł sobre el filo de la espada de un guerrero. Se dividiĂł en dos, atravesada sin clemencia, y las mitades recorrieron las hojas de acero pulido. Luego la espada cortĂł una cabeza enemiga, y la gota se mezclĂł con la sangre de la vĂctima, que brotaba como una fuente primordial.
La segunda se posó sobre la frente de un meditador zen. Descendió por ella, bordeó las cejas afeitadas y las cuencas de los ojos cerrados al mundo, abiertos al universo. Se paseó por la nariz y quedó suspendida en su punta, desafiando la gravedad como un funámbulo temerario.
La tercera besĂł la mejilla del pálido cadáver de una joven que se habĂa quitado la vida a causa de un amor desdichado. SurcĂł el rostro, frĂo como los corazones crueles, y se depositĂł en los labios amoratados, aquellos labios que no volverĂan a sonreĂr.
La cuarta se sumergiĂł en un rĂo. AllĂ se uniĂł a millones de sus congĂ©neres, y con ellas iniciĂł una larga peregrinaciĂłn que le llevarĂa, finalmente, al mar donde reposan por siempre las cosas que fueron, las que lucharon por ser e incluso algunas de las que no llegaron a ser jamás.
Ayer cayeron cuatro gotas como cuatro lágrimas de un dios. Un dios que llorara por la belleza y la crueldad, por la armonĂa y la maldad de lo que tenĂa ante sus ojos. Un dios lloraba, en efecto, ayer. Pero lloraba poco. Solo cuatro gotas cayeron. Ya llegará el momento en que ese dios, y todos los demás, derramen lágrimas como autĂ©nticos torrentes.
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