“Maderas González” cumplió veinte años, tras un difícil pero ilusionante comienzo
“Decidí crear mi propia empresa a pesar de tener ofertas de otras entidades, ya que era el momento oportuno de hacerlo”.-
En junio
una empresa chiclanera, Maderas González,
cumplió veinte años. Comenzó de la nada y solo el trabajo y la ilusión que puso
Diego González Olmedo, así como su
familia, hizo posible que hoy sea una realidad, superando también una dura
crisis y asentándose en el sector, teniendo clientes de Chiclana y de
localidades de la zona, La Janda incluida.
Después de haber estado trabajando desde muy joven en diferentes empresas, un día Diego González tuvo que empezar de cero. En vez de acobardarse, alquiló una nave en el polígono de Pelagatos y comenzó a trabajar en lo que sabía, la madera, ya que en los últimos catorce años se había dedicado a ello en Maderas Polanco.
Con 29
años contactó con él Lorenzo Delgado, “que fue mi padrino para que entrara en esta empresa,
ya que consideraba que era la persona idónea para organizar la administración e
implantar el sistema informático”. Era los comienzos de dicha entidad,
cuando estaba en el polígono El Torno. Estuvo catorce años y llevó la dirección
comercial, terminando como gerente.
Pero hasta
llegar ese momento, Diego hizo otras muchas cosas. La primera fue estudiar, en
el colegio La Salle-San José hasta los
catorce años. Las empresas más importantes de Chiclana se acercaron al centro
escolar en busca de estudiantes que destacaban, para incorporarlos en sus
plantillas. Se fijaron en Diego y en su hermano Jesús,
que le acompañaría durante muchos años allá donde fuera.
PRIMER EMPLEO
Su primer
empleo fue en la oficina de los hermanos Moreno
Dávila, una empresa de explotación de áridos (canteras), empezando en la
administración, donde archivaba papeles, pasando después, poco a poco, a la
facturación y al control de existencias.
Más tarde
lo enviarían a la cantera del Berrueco con Pepe
Cañonete, donde trabajaba enlazando la administración con los camiones:
“Mi padre, José González,
fue camionero y cuando tenía la ocasión de conducir uno de ellos por el
reciento, era mi delirio”. No tenía carné, pero se atrevió a ello.
El trabajo
era duro, porque empezaba muy temprano, a las 7,00, y finalizaba a las 22,00
horas, sábados incluidos. Tenía dieciséis años cuando dejó esta empresa y se
fue a Muñecas Marín, en la calle
Arroyuelo, de administrativo. Allí estuvo muy a gusto durante trece años, hasta
los veintinueve.
MUÑECAS MARÍN
Diego pone
un ejemplo del trato que recibió en Marín:
“Pili y yo nos casamos con 22 y 23 años. José
Marín, al entregarle la invitación me adelantó 50.000 pesetas de entonces
(1977), a devolver cuando buenamente pudiera”. El convite se celebró en
el Fuentemar y José Marín hijo, que era quien se encargaba del mismo, “tuvo muchos detalles con nosotros y el coste del
mismo fue irrisorio”.
Seis años
más tarde se marchó, como contamos al principio, a Polanco, donde permaneció catorce años.
NUEVA AVENTURA
Corría
1999 y después de muchos años trabajando, se encontró con que su vida daba un
nuevo giro, el más difícil de todos. Ya no dependería de alguien, sino que
sería su propio jefe. La responsabilidad sería suya, para lo bueno y lo malo.
Cuando dejó la empresa citada tuvo algunas ofertas, “pero decidí montar mi empresa y con mucha rapidez, ya que veía que el
mercado iba muy deprisa y era el momento oportuno”.
Constituyó
la sociedad, familiar, alquiló una nave de mil metros cuadrados en Pelagatos y
comenzó la actividad. Era el mes de junio de hace dos décadas. Paralelamente
tuvo la oportunidad de comprar una parcela de 3.000 metros cuadrados a EMSISA
(empresa municipal propietaria de los terrenos del polígono) y otros 2.200
colindantes, que dan a la Avenida Bahía de Algeciras. Señala González que “me sentí muy satisfecho por la cantidad de metros que
pude adquirir en el polígono. El viento sopló a mi favor”.
COMIENZOS DIFÍCILES

Diego
salía muy temprano cada mañana y regresaba bien entrada la noche: “Cuanto más clientes visitaba, más posibilidades de
negocio, por lo que tenía que trabajar duro, sin descanso”. Durante seis
años trabajaron los dos, codo con codo, siendo cinco las personas contratadas.
Pasado ese
tiempo se incorporó la esposa, Pilar. Recordando que las crisis aparecen cada
cierto tiempo, “tratamos de introducir nuevas
líneas de productos, dedicados al consumidor doméstico (muebles, tableros,
artículos de regalo y decoración del hogar, etc.), ya que tenía más
conocimiento y aptitudes como mujer, para asesorar y orientar a las clientas
que pasaran por nuestro centro”. Cada cierto tiempo “nos quedamos obsoletos y hay que renovarse, que
llevamos haciéndolo desde hace veinte años”.
CÓMO SUPERAR LA CRISIS
Poco
después llegó la crisis que tanto afectó a todo el mundo y empresas muy
importantes tuvieron que echar el cierre. Sin embargo, a Maderas González “no nos afectó tanto, porque el hueco que dejó la construcción, lo
suplimos con nuevos productos dedicados al consumidor normal”.
El cuarto miembro de la familia que se unió a la empresa fue su hijo Ignacio, ingeniero industrial. Al tener conocimientos de edificación y cálculos “abarcamos módulos de playa, maderas tratadas al exterior, cubiertas de madera y chiringuitos”. Actualmente son diez en plantilla.
SUCESIÓN GARANTIZADA
Se muestra
confiado en que la mejora siga aumentando: “Llevamos
unos meses en los que se nota que hay más demanda y afluencia de trabajo. Es
algo que todos los empresarios comentamos cuando nos reunimos o hablamos sobre
este asunto. Hay que tener muy en cuenta la crisis tan brutal que hemos tenido,
para no volver a caer en los despropósitos anteriores”. Y no se puede
hacer porque “la avaricia rompe el saco”.
Diego
tiene 65 años y más pronto que tarde deberá dejar paso a sus hijos: “Hay unas directrices bien definidas de cara a la
sucesión de la empresa familiar, ya que no hay mayor satisfacción para unos
padres, que sus hijos continúen su trabajo y lo puedan mejorar”.
Pues que
así sea y que esta empresa continúe muchos años más, con una tercera o cuarta
generación implicadas en ella.
PACO LÓPEZ
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