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Al salir del cine: LA MANIPULACIÒN DEL RECUERDO (Mindscape)

César Bardés [colaborador]

La memoria suele ser muy amiga de la traición. Los detalles que dan forma al recuerdo, en muchas ocasiones, no son tal y como están guardados. Nuestra mente adorna esos momentos que fueron verdad, con pequeñas variaciones que acaban por deformar la visión del instante almacenado. Cuando volvemos a un sitio, es más grande, es más pequeño, es distinto o es decepción. El recuerdo es la arena movediza del cerebro.

Tanto es así que ese recuerdo que se quedó grabado puede ser manipulado al antojo de terceros que, a lo mejor, han llegado a compartir el momento. El recuerdo es demasiado parecido al sueño solo que es heredero del realismo. Y todo el mundo sabe que lo real es bastante relativo.

Lo cierto es que, cuando hay que bucear en los recuerdos ajenos para encontrar las raíces del trauma, se corre el riesgo de contaminar la escena con nuestras propias frustraciones, nuestros propios miedos. El miedo tergiversa el recuerdo. La muerte es compañera inseparable del pánico que nos inunda en la realidad.

Cierre usted los ojos ahora. Ya no ve mis letras. Seguramente por delante de usted están pasando, a velocidad de vértigo, muchas sensaciones provocadas por los recuerdos. Aquella primera bronca de su padre. Aquella primera decepción amorosa. Aquella metedura de pata que le hizo quedar en ridículo delante de mucha gente. Aquella satisfacción pasajera. Aquel beso. Ya no puedo ahondar más en usted porque ése es un territorio absolutamente privado. Es la única satisfacción que le ha proporcionado vivir. Tener recuerdos. Instantes que mueren justo después de haber pasado se convierten en eternos, lugares a los que puede volver cuando usted quiera, en el momento en que usted quiera. Poco a poco, se van difuminando ¿verdad? Ya no parecen recuerdos, se parecen más a ensoñaciones. Ya no son días con huella, son espejismos de humo.

Jorge Dorado, después de su etapa como ayudante de dirección de Pedro Almodóvar o de Guillermo del Toro, ha dirigido su primera película con buen pulso, con una buena medición narrativa y con la complicidad de un actor de alto nivel como Mark Strong, al que ya hace mucho tiempo que estábamos deseando ver en un papel protagonista. En el rostro de Strong se dibuja sucesivamente la angustia, la extrañeza, la intriga, la ensoñación y la emoción que se ajusta a su personaje sacando adelante un meritorio trabajo como detective de la mente, como investigador del recuerdo, como origen y fin de una solución mental que huye por un bosque de memorias enramadas. Y es que nada es como se recuerda. Nada es solo recuerdo. Nada es solo real. Todo está salpicado de rojos y grises, de fotografías de grano grueso y de sensaciones manipuladas que la conciencia fabrica para que su huida sea efectiva. Es el día oscurecido. Es la noche sin la más pequeña luz. Strong lo sabe y pone su mirada al servicio de la historia. Y Dorado no se pierde porque conoce lo que quiere contar.

A destacar la música, con reconocible inspiración de Bernard Herrmann, que ha compuesto para la ocasión Lucas Vidal y que nos conduce por los pasillos de la mente esperando encontrar a Alfred Hitchcock detrás de alguna puerta. La verdad puede ser una mentira bien contada. O viceversa. Y esa partitura acompaña este viaje por los recuerdos de una mente enferma que, tal vez, sea simplemente la inocencia más adorable. ¿Quién sabe? Al fin y al cabo, un cuento de suspense tiene sus altos y sus bajos y nosotros, los espectadores, asistimos impasibles sin poder intervenir y solo cuando acaba la película estamos preparados para terminar el trance  y volver a una realidad que, demasiado a menudo, deformamos para adecuarla a nuestras necesidades. Y es por eso, quizá, que no la solemos recordar.

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